Despertar de un sueño y vivir en una pesadilla
Cuento escrito por Celeste Gómez
La familia Green seguía en la solitaria
carretera camino a su nueva casa en las afueras de la región, eran las 2 pm y
la pareja y su pequeño hijo llevaban viajando unas 3 horas, con un cielo estaba
completamente gris
- ¿Cuánto falta?
Era la novena vez en menos de 10 minutos
que Simón preguntaba lo mismo.
El niño estaba muy inquieto, ya nada lo
entretenía. Sin más remedio, entre suspiro y suspiro, apoyó la cabeza en la
ventanilla derecha del auto, mientras miraba el desierto camino, sus ojos se cerraron por cansancio y aburrimiento y
Simón cayó en un profundo sueño.
-Simón, Simón, Simón… se escuchaba una voz
ronca en lo profundo del bosque y a la par se escuchaba el arrastre de unas
cadenas oxidadas. El viento hacía que las hojas del piso volaran sobre el niño.
Simón quedó duro y muy asustado con la respiración acelerada, miró a todo su
alrededor, pero la neblina no lo dejaba ver nada. En medio de la oscuridad sólo
alumbraba la inmensa luna llena. Simón fijo su mirada en uno de los más grandes
árboles de su alrededor, hasta que detrás de él se escuchó el ladrido de un
perro. Su cuerpo parecía no reaccionar, corrió sin dirección, de lo agitado que
estaba apenas podía respirar. Cuando por fin se frenó, y abrió los brazos y tomó
una gran cantidad de aire en sus pulmones, pudo ver que a centímetros se
encontraba un oscuro y sucio estanque cubierto de hojas, y cuando levantó la
mirada, también vio una pequeña cabaña. Rodeó el estanque hasta llegar a la
casa que se veía bastante deteriorada y al parecer, deshabitada.
Simón golpeó, pero al no salir nadie
decidió entrar. Al cerrar la puerta se recostó sobre ella tratando de respirar
mejor. Después de unos minutos caminó agarrándose de las paredes buscando la
perilla de la luz hasta encontrarla en la pared de enfrente, tardó un poco en
prender, pero lo hizo. No había nada más que un sillón y una mesita.
Simón se recostó un rato hasta quedarse
dormido, había quedado agotado de tanto correr y tanto susto.
Cuando todo parecía en calma, el niño
despertó exaltado por el fuerte viento que abrió las ventanas frente a él,
haciendo volar las cortinas y tirando unos cuadros que estaban en la pared. Rápidamente
se levantó y cerró.
Pero otra vez el pánico llegó a él,
nuevamente se escuchaban las cadenas oxidadas fuera de la casa.
Le transpiraba todo el cuerpo, se le secó
la garganta y estaba muy pálido.
De repente la luz empezó a prenderse y
apagarse varias veces hasta que se apagó por completo, las ventanas volvieron a
abrirse y el niño corrió hacia las escaleras. Subió rápidamente hasta entrar en
una habitación, cerró la puerta, miró a su alrededor y justo enfrente de él vio
un ventanal que daba al balcón. Los pasos que venían de la escalera eran cada
vez más fuertes, Simón sin pensar se acercó a la ventana y se paró en el borde
del lado de afuera de la baranda. La puerta se abrió de golpe. Apareció un
hombre con túnica marrón, la cara tapada y cadena sujetas a sus pies. Estaba
detrás de él, mirándolo.
Cuando Simón volteó a verlo, su rostro
quedó sin color alguno, el corazón se le paralizó y cayó desvanecido al suelo
dándose un fuerte golpe en la cabeza.
En ese mismo instante fue cuando Simón se
despertó de ese terrorífico sueño. Estaba todo transpirado. Su primer
movimiento fue refregarse los ojos para ver bien, al parecer el sueño le había
dejado el efecto de neblina en sus ojos. Pero no era así, lo que veía era humo,
otra vez volvió a restregarse los ojos sin entender nada.
-Mamá-
¿Ya llegamos? Preguntó otra vez. Pero nadie le respondió.
- ¡Mamá!- dijo acercándose al asiento de
adelante. Y ahí estaba su madre, con un gran corte en la cabeza y la cara llena
de sangre. Simón abrió los ojos como plato, parecía no tener reacción y se le
notaba el pánico absoluto en los ojos.
Volteó a ver a su padre, pero el señor
Green estaba recostado sobre el volante y su brazo derecho estaba cubierto de
sangre. El niño quedó shockeado al ver de esa manera a sus padres. Tenía la
mirada perdida, casi ni pestañada.
A lo lejos por la carretera se escuchaban
las sirenas acercarse al lugar.
Cuando la policía llegó, vieron que el auto
se había estrellado contra un árbol seco al costado del camino. Se acercaron
para ver por la ventanilla y ahí estaba Simón, parecía una estatua sentado
mirando a la nada.
Él no tenía ninguna herida grave, sólo
rasguños y un corte en la ceja. Cuando el oficial abrió la puerta para tomarlo,
el asintió con la cabeza.
Caminaron de la mano hacia el patrullero
para esperar a la ambulancia.
Simón se detuvo mirando el árbol y junto a
él vio su fría mirada, en una túnica marrón y con cadenas totalmente oxidadas.
Al instante dejó caer una lágrima y levantó
la mirada del suelo y cerró sus ojos...
Celeste Gómez, 5°1°
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