CLASE 63
..."Una tarde, en un milagroso minuto de paz, mientras cocíamos las medias rotas y reponíamos botones caídos, Lanes nos preguntó con aire confidencial a Aguirre y a mí:
- ¿Se anotaron entre los voluntarios para el curso?
- ¿Qué curso?
-Cañones antiaéreos. Empieza apenas volvamos al cuartel.
Nadie me había hablado de nada. Aguirre susurró:
-Mi padre me dio un consejo: “Nunca seas voluntario para nada. Nunca confíes en ellos. Que no se den cuenta que existís”.
-Yo tengo mis razone para aceptar – Dijo Lanes-. Las prácticas de fuego antiaéreo se hacen en el grupo de artillería de Mar del Plata. En ciudadela no tienen campos de tiro, ahí sí. Sueltan unos grandes globos y les disparan con los cañones. Si acertás te premian con días de franco.
- ¿Y con eso qué? – Preguntó Aguirre
-Quiero conocer Mar del Plata.
Un sargento llamó a Aguirre para que fuera a la cocina a pelar papas. Lanes dijo en voz baja, concentrado en el hilo y la aguja:
-Yo nunca vi el mar.
Me pareció milagroso que hubiera algo que no conociera y yo sí, algo frente a lo cual no sintiera esa alarmante familiaridad con la que caminaba por la vida.
Durante un mes habíamos llevado los fusiles desde el amanecer hasta la noche. Llegó el día en que hubo que cargarlos. Nos repartieron veinte balas a cada uno. Marchamos una hora hasta llegar al campo de tiro. Primero con la rodilla en tierra y luego echados sobre el suelo les disparamos, con viejos y averiados Fals de fabricación belga, a lejanos blancos. Un teniente felicitó a Lanes, que había sido el mejor tirador de la compañía.
Al día siguiente volvimos al campo de tiro, esta vez para disparar con pistolas. Pero nunca llegamos a hacerlo. Desde temprano oficiales y suboficiales habían estado conversando entre ellos. En todo el día nadie nos había insultado ni pateado. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué de pronto nos trataban sin furia ni desprecio, como si el invisible pecado que nos había llevado hasta allí hubiera sido perdonado?
Con Aguirre consultamos a Lanes, que todo lo sabía.
-Acabamos de tomar Malvinas
-¿Qué?
-Lo que oyen. Se suspende todo.
-¿La práctica de tiro?
Nos miró como a niños:
-La instrucción, el campamento, todo. Volvemos al cuartel.
Uno de los subtenientes que estaban a cargo de nuestra compañía nos reunió y confirmó la versión de Lanes. Dio una pequeña arenga, pero se notaba que estaba nervioso. Otros oficiales, en cambio, lucían exaltados, se abrazaban y reían. En silencio volvimos al campamento. Desarmamos las carpas y subimos a los camiones. Cuando partimos, ya era de noche.
Mientras en las tapas de los diarios y en la televisión solo había noticias de triunfo, en el cuartel había constantes rumores de desastres y muertes. No podíamos saber nada con certeza: no lo teníamos a Lanes. Todos los que sabían manejar los cañones antiaéreos habían sido movilizados.
Poco después de la rendición me dieron la baja, igual que a casi todos los soldados del país. Volví a la vida civil, dejé de afeitarme y de cortarme el pelo. Ya había empezado la primavera cuando me encontré en la calle con Aguirre. Antes de que tuviera tiempo de preguntar, me dio la mala noticia:
Lanes había muerto durante uno de los últimos ataques ingleses, en las afueras de Puerto Argentino.
-Fue poco antes de la rendición, en medio de una retirada. Habían estado tirándoles a los aviones ingleses. Cuando los proyectiles daban en el blanco, no estallaban. Toda la munición estaba arruinada. Lanes y un soldado clase 62 quedaron en la retaguardia. Estaban terminando de levantar los equipos cuando una bomba los alcanzó.
Yo tenía diecinueve años: no pensé en padres o hermanos, no pensé en la red que une a cada uno con los demás, en el daño de una muerte en otras vidas, ni siquiera pensé en otro caído, el soldado clase 62. Pensé en la muerte de Lanes como un hecho aislado, como si hubiera ocurrido en el interior de un laboratorio o en la superficie de un planeta distante.
Con Lanes la frase del peluquero Luigi no se cumplía. Él sí había conocido el hambre, el frío y la guerra.
-Le dije que no se ofreciera de voluntario- Dijo de pronto Aguirre-. Que nunca confiara en ellos.
Él, que sabía todo, ¿cómo no sabía eso? ¿por qué aceptó?
La pregunta no era para mí. No era para nadie. Igual respondí:
-Quería conocer el mar."
PABLO DE SANTIS
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